cáncer, diabetes y corazón

 

Cáncer, diabetes tipo 2, obesidad y enfermedades cardiovasculares. Cuatro patologías diferentes, pero a la vez íntimamente relacionadas, que han centrado la 32º Lección Memorial Fernández-Cruz, celebrada en el Hospital Clínico de Madrid el pasado jueves 19 de diciembre.

Así, durante toda la mañana, algunos de los mejores especialistas de nuestro país han intentado aclarar cómo y por qué se establecen estas relaciones y, sobre todo, qué implicaciones clínicas podrían tener. Así, por ejemplo, Felipe Casanueva, director científico del Ciber de Fisiopatología de la Obesidad y Nutrición (CiberOBN), ha comenzado su exposición asegurando que existe una relación clara entre el índice de masa corporal y el aumento de la mortalidad por cáncer, sobre todo en tumores de colon, riñón, esófago y mama postmenopaúsico. Todavía más allá, Casanueva ha asegurado que «la obesidad va a ser el cigarrillo del siglo XXI» e incluso ha citado un estudio de 2009 del The New England Journal of Medicine que concluía que la obesidad podía incluso contrarrestar los efectos beneficiosos logrados gracias a la reducción del tabaquismo.
Introduciendo una variable más en la ecuación, la diabetes, Casanueva ha intentado contestar a la eterna pregunta de si la diabetes tipo 2 produce cáncer por ella misma o por la obesidad que se relaciona con ella (diabesidad). Una duda que podría tener respuesta a la luz de la última revisión de estudios sobre la relación entre diabetes tipo 1 y cáncer. «La no existencia de datos concluyentes aquí vuelve a colocar la obesidad en primer lugar», subraya Casanueva.
Pero ¿cómo frenar esta epidemia de obesidad que todavía, tal y como ha destacado Miguel Ángel Rubio, jefe de la Unidad de Obesidad del Clínico de Madrid, ningún sistema de salud ha sido capaz de prevenir? De momento, y a la luz del análisis de los resultados más bien negativos de las dietas y de los resultados positivos en cirugía bariátrica del proyecto Tramontana, parece que esta opción es la más factible, consiguiendo reducciones de hasta un 30 por ciento del peso.
El problema aquí es que, si bien una parte de la obesidad puede explicarse por el estilo de vida, hay otra parte importante de carga genética. Así, por ejemplo, la ingesta de 1.000 kilocalorias diarias puede engordar entre dos y ocho kilos, según la carga genética individual de cada persona. El futuro está ahora, por tanto, en la secuenciación genómica (GWAS) que, tal y como asegura Francisco Pérez, director del Instituto Maimónides de Investigación Biomédica de Córdoba (Imibic), permitirá «terapias personalizadas en obesidad poligénica e incluso predicciones de la pérdida de peso tras una cirugía bariátrica».
Otra relación interesante sobre la que se habló durante el Memorial fue la existente entre enfermedad cardiovascular, trombosis y cáncer. Para intentar entender algo más sobre esta interacción, Lina Badimón, directora del Centro de Investigación Cardiovascular CSIC-ICCC, habló de los efectos de la aspirina, muy utilizada en patologías cardiovasculares y posteriormente en cáncer. La pregunta que se plantea aquí es por qué el ácido acetilsalícilico actúa de forma diferente en función del tipo de tumor, teniendo gran eficacia en cáncer gástrico, de colon y esófago, algo menos en próstata y pulmón y ninguna en mama. Asimismo, Badimón presentó investigaciones ahora en marcha sobre el papel que podrían tener los inhibidores de la expresión de sustancias anticoagulantes en el bloqueo de las metástasis y estudios sobre el papel del factor tisular como molécula señalizadora para la formación de vasos y la posterior angiogénesis.
Precisamente sobre las metástasis habló Joan Massagué, director científico del Instituto Sloan-Kettering, que ha sido galardonado este año con el Premio de la Fundación por su trabajo en el factor de crecimiento tumoral beta.